LA MISTERIOSA PESTE DEL INSOMNIO

LA MISTERIOSA PESTE DEL INSOMNIO

 

 

Buen domingo, estimados lectores. Gabriel García Márquez, formidable periodista, escritor único y Premio Nobel de Literatura, escribió una novela llamada Cien años de Soledad.

 

Diego Manuel Rodríguez «Macondo», acrylic on canvas, 70  x 100 cm. 2002

 

Una de las obras cumbres de la literatura universal, inscrita en el género del realismo mágico. El libro narra la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en el pueblo ficticio de Macondo.

 

 

En un momento de su narración, Macondo se ve afectado por una rara enfermedad llamada la peste del insomnio a la que describe de la siguiente manera:

“Si no volvemos a dormir, mejor -decía José Arcadio Buendía, de buen humor-. Así nos rendirá más la vida. Pero la india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido.

Quería decir que cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado”.

 

 

Otro formidable periodista, Federico Lancia, escribió dos editoriales en Mendoza On Line, que recomiendo que lean. Si yo pudiera lograr trasmitir mis ideas, con la economía de palabras con que lo hace Federico, estos editoriales serían tan brillantes como los suyos. Pero yo necesito cinco palabras, por cada una que necesita el.

El tema en cuestión, no puede ser otro que el tema del vino y de la memoria. Los editoriales, son columnas de opinión. Y cuando se trata de opiniones, importan más las ideas que los hechos.

Pero como en este caso, también el tema es la memoria, y después de los sesenta, la memoria puede ser puesta en entredicho, además de en las ideas, voy a apoyarme en hechos. Porque como dicen los anglosajones facts are facts.

 

EMPECEMOS POR LOS HECHOS

 

 

La vitivinicultura argentina tuvo sus orígenes a mediados del siglo XVI, y coincide con los primeros asentamientos españoles. En efecto, las fundaciones de Santiago del Estero (1553) y de Mendoza (1561), abrieron el camino para la introducción de las primeras cepas de vid. Ésta se propagó por Cuyo, el Tucumán y el área rioplatense, hasta consolidarse en los siglos XVII y XVIII.

Fue la etapa de la vitivinicultura criolla, con centro principal en Mendoza y mercados de consumo en Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, entre otros.

Pesadas carretas o bien, tropas de mulas conducidas por los arrieros, se ocupaban de trasladar el vino en odres de cuero o botijas de cerámica protegidas con totora. De esta forma se atravesaban los mil kilómetros de camino entre Cuyo y el Litoral para trasladar el vino.

En cuanto a la calidad de los vinos, a pesar de las dificultades, se elaboraban vinos de muy buena calidad. Varios cronistas que describieron la zona cuyana en los siglos XVI al XVIII concuerdan que los vinos son “muchos, buenos” y que la calidad y perfección de los vinos de esta provincia tanto por la fortaleza, vigor, espíritu y fuerza que tienen, cuanto por el color, claridad y exquisito gusto.

A esa calidad contribuyó la fundación de escuelas de Enología las que permitieron que la industria no muriera.

 

 

En 1853, con el apoyo de Sarmiento se fundó la Quinta Normal para la Enseñanza de la Agricultura y Técnica en Mendoza. El gobierno mendocino contrató a Miguel A. Pouget, para que se hiciera cargo de esta.

Este trajo de Francia centenares de árboles, estableció un vivero y organizo un viñedo modelo con variedades francesas y método científico para su cultivo.

También importó maquinarias e implementos agrícolas y difundió la poda racional y los injertos. Estableció la primera bodega modelo y la primera granja modelo en Cuyo. Fue el introductor de las variedades Cabernet Sauvignon, Malbec y Pinot Noir.

Hasta aquí, estimados lectores, no hay mucho para discutir ya que se trata de la historia de nuestros vinos, absolutamente documentada. Sigamos unos años en el tiempo.

 

LA DEFENSA DE NUESTROS VINOS

 

 

Si bien el ferrocarril había acortado las distancias en relación al tiempo, el problema de la lejanía entre el origen y la distribución del vino siguió existiendo.

Y con ella el problema del control de una práctica arraigada ya desde épocas coloniales: la adulteración del vino. El primer impulso para el control legal de la producción vitivinícola no surgió desde el Estado, sino desde los productores.

El 13 de julio de 1904 se hace en. Buenos Aires la primera reunión a la que asisten fuertes industriales del vino fundando la Defensa Vitivinícola Nacional, luego llamado Centro Vitivinícola Nacional.

Los asistentes representaban los intereses de grandes bodegas como Domingo Tomba y Hnos., J.E. Copello y Cía.; Tiburcio Benegas; Alejandro Suárez; C. Devoto y Cía.; Giol y Gargantini; B. Arizu y Luis Tirasso, Malgor y Herfst.

En esa reunión se acuerda conformar una primera comisión con el objetivo de presentarse ante el Gobierno nacional y provinciales en solicitud de medidas, y designar al Abogado Gerente que tendría funciones de gestión administrativas y judiciales.

El paso siguiente fue nombrar en Mendoza y en San Juan comisiones conformadas por Domingo Tomba, Juan Giol, Melchor Víllanueva, A. Raffaelli, Pascual Toso y Sotero Arizu en Mendoza. Y en San Juan, trabajarían Jaime Colomé y Manuel Vacarezza.

 

 

LA PRIMERA REVOLUCIÓN VITIVINÍCOLA

 

 

Entre 1885 y 1910 ocurrió un verdadero cambio de paradigma en los planos social, político, económico y cultural. Dentro de este campo se desencadenaron tres procesos revolucionarios: la revolución territorial, la del paisaje y la arquitectónica.

En lo territorial, las bodegas incidieron en el uso del suelo y en la organización de nuevas estructuras de relación; fueron generadoras de poblamiento, fueron imanes para instalación de viviendas, comercios e industrias y generaron los primeros loteos del Gran Mendoza y el Gran San Juan.

Las grandes bodegas crearon paisajes culturales que aún hoy mantienen su identidad a pesar de los cambios.

En lo arquitectónico, nació una nueva tipología: la bodega moderna y tecnificada como respuesta al nuevo modelo vitivinícola vigente, capaz de elaborar grandes volúmenes de vino en poco tiempo.

Estos conjuntos industriales fueron innovadores en lo funcional, tecnológico, constructivo y en cuanto a equipamiento.

La conducción de los viñedos se vio favorecida con la introducción del alambre, ahora mucho más barato transportado en ferrocarril, y la revolución tecnológica, por otra parte, fue a partir de la introducción de maquinarias como bombas de trasiego, filtros, toneles y vasijas de roble que contribuyeron a la calidad de los vinos.

En la bodega ahora se utilizaban barricas de roble francés fabricados por artesanos franceses que llegaban con sus propias herramientas y eran contratados para trabajar en las tonelerías que los mismos establecimientos montaban dentro de sus predios.

Ya en 1910 habían desaparecido las antiguas vasijas de barro cocido. La tonelería fue un aporte fundamental de los inmigrantes. Todas las bodegas grandes tenían anexos de tonelería donde las armaban con roble importado de Francia y las reparaban.

 

 

En el lapso de 1894 a 1902, llegaron a Mendoza unos 16.000 extranjeros. La elaboración de los vinos se vio totalmente influida por los conocimientos enológicos que traían de Italia, Francia, Alemania y España los inmigrantes.

La europeización de la vitivinicultura argentina en general fue liderada por los inmigrantes que se instalaron en la Argentina entre 1860 y 1950. Éstos ejercieron una influencia decisiva en la fundación de la vitivinicultura moderna, en los polos nacionales de la industria del vino: Mendoza, San Juan y San Rafael.

Ustedes, amables lectores, se preguntarán a esta altura ¿y la opinión para cuándo? Porque hasta acá solo hay historia y hechos. Pero en un país que sufre la peste del insomnio, es preferible recordar antes de empezar a opinar.

 

YO TAMPOCO SÉ NADA DE VINOS

 

 

A diferencia de Federico Lancia, yo no soy un experto en vinos. Pero tampoco un lego. He sido un buen bebedor. Y disfruto mucho el compartir el vino.

Mejor dicho, salvo en contadas ocasiones con los amigos de siempre, lo disfrutaba mucho. Ya no lo disfruto tanto. Porque la ceremonia del vino se ha transformado en una hoguera de vanidades.

Antes se compartía el vino y cada uno traía una botella, de la que nadie se fijaba ni la etiqueta, ni la procedencia, ni mucho menos el precio. Se descorchaba, se servía y los comentarios eran sencillos, Che, que rico vino o si no te gustaba, a lo sumo, un se puede tomar.

Ahora parece un congreso de eruditos. Cada uno llega con una botella que te empieza a explicar, antes de darte la mano y decirte buen día. Hoy traje un vino, que se van a morir.

 

 

El Che, que rico vino, se transformó en un debate acerca de las notas de cata, las condiciones del terroir, del mini terroir, etc. etc.

Eso para cada vino que se abre. Qué si sabe a moras, a fresas o a cítricos. Y a esa altura y con unas copas bebidas, uno no sabe si hablan de sabores o de saberes.

Es decir si los vinos tienen sabor a o saben de. Y después empiezan con que eso es en nariz, después viene en boca. Y ahí otra vez. Que se percibe un penetrante sabor frutado a pera y caramelo…

Y por si esto fuera poco, nos falta la vista. Y ahí se empieza otra vez. Qué es ámbar, que es oscuro, que es límpido y no falta el que agrega sin ponerse colorado, ¡miren, miren, no se dan cuenta que este malbec salteño tiene el color de la tierra roja de los valles calchaquíes!…

Al cabo de tres horas de asado, y vino. Uno no cruzó palabra con nadie. Todas las conversaciones giraron en torno a las defensas que cada uno hizo del vino que trajo, y la amistad y el compartir, bien gracias.

 

 

Y como somos los argentinos, cualquiera sabe de todo. Y no sabe un poquito, es un experto. Hay una invasión en Ucrania, todos son analistas militares estratégicos. Pandemia de COVID, todos son reputados infectólogos que tienen la precisa acerca de qué vacuna es mejor y por qué.

Cómo no vamos a ser todos expertos en vino, la otrora bebida nacional, que cada vez es más internacional, afortunadamente, pero menos bebida por los argentinos, desafortunadamente.

Cuando yo era un niño, pasaba todos los veranos en San Juan, de donde procede mi familia y no de ahora, ya que en 1818 ya estaban en la provincia.

Comíamos debajo de los parrales de mi abuelo y se tomaba vino y se disfrutaba el vino. Y era muy rico. Éramos una banda, mis abuelos, mis padres, los cuatro hermanos y hermanas de mi padre, sus esposos y esposas y mis quince primos.

Y recuerdo como si fuera hoy, al abuelo decirnos a los más grandes de los nietos, que nos sirviéramos vino, eso sí con soda. Porque para él, era más sano un poquito de vino, que un vaso de Coca Cola. Y la verdad es que era rico. Y venía en damajuanas. Maravilla se llamaba. Ninguno de sus nietos tuvo nunca problemas con el alcohol.

 

 

En la ciudad de Santa Fe mi tío Rodolfo, era Presidente de la Suprema Corte Provincial, y viajábamos todos los domingos a almorzar con mi bisabuela Rosa. Siempre había visitas, muchas veces extranjeros y al igual que hoy, alababan las virtudes de nuestros vinos y nuestras carnes. Y allí también se descorchaban vinos, algunos de excelente calidad, a juzgar por lo que italianos, franceses o españoles, comentaban en la mesa.

Lo que quiero decir, es que algo está pasando porque cada vez tomamos menos vino. Cada vez pensamos más y hablamos más. Cada vez sabemos o creemos saber más. Pero la ceremonia de compartir el vino se empobrece día a día, en función de una cultura fragmentada, por la falta de memoria.

Que la segunda revolución vitivinícola nos ha permitido recuperar los mercados que empezamos a perder en los setenta, es un hecho innegable. Chile nos había borrado de las góndolas, solamente por dar un ejemplo.

Que nuestras bodegas y nuestros vinos son sensacionales, también. Que nuestros profesionales son de los mejores, quién lo va a discutir.

 

 

Pero tengamos memoria. En otras áreas ocurre lo mismo, que en la del Vino. El mejor ejemplo es René Favaloro, que nació en el Barrio El Mondongo, estudió en La Plata, ejerció como médico rural y luego de diez años, se fue a seguir aprendiendo a los Estados Unidos.

En 1967 realizó el primer By Pass coronario con empleo de vena safena, y se transformó en maestro de todo el Mundo. Siendo una celebridad y disputado por los mejores hospitales privados de todo el planeta, decidió volver a su patria, para formar generaciones de médicos y científicos.

Sus últimos días los pasó mendigando apoyo económico para sostener su fundación, porque siempre pensó que demasiado tenían los pobres con su pobreza, para además tener un cuerpo pobre.

Y finalmente cansado, de tanta corrupción, desidia e indiferencia, terminó con su vida encerrándose en un baño y pegándose un tiro en el corazón. No sin antes dejar una carta que los argentinos deberíamos leer cada mañana.

Y a pesar de los brillantes médicos que hoy se destacan en la Argentina y en el mundo, los únicos Premios Nobel de Medicina los ganaron Bernardo Hussay en 1947, Luis Federico Leloir en 1970 y César Milstein en 1984. Y desde allí no ganamos más un Nobel en ninguna disciplina científica.

¿Cuántos Favaloros, Leloires y Houssays olvidados, hay en el mundo del vino? Algunos son recordados. Pero no todos. Y muchos están vivos aún. Pero mientras nuestro país siga sufriendo la misteriosa peste del insomnio que sufrieron los habitantes de Macondo, no creo que las cosas cambien.

Así que, amables lectores, yo les recomiendo que sigan el consejo de Federico Lancia. Destapen una botella en alguna montaña, un lago, el mar, o junto a sus amigos de siempre y disfrútenla sin pensar tanto y sin mirarle la etiqueta y el precio.

 

 

Y si pueden lleven Cien Años de Soledad, les cuento que lo leí por primera vez cerca de los quince años, y jamás dejo de releerlo, una y otra vez, porque siempre descubro algo nuevo.

 

BONUS TRACK

 

 

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Emilio R. Moya

 

Fuentes: citadas y enlazadas en la nota
Oscar Tarrío

Director Periodístico Chefs 4 Estaciones en Chefs 4 Estaciones / Ex Editorial Diario La Capital

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Un suplemento del Diario La Capital

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