EL MITO DEL PROGRESO

LIBROS: DE ANIMALES A DIOSES

 

El encierro de estos meses ha sido devastador en muchos aspectos, sin embargo siempre trato de rescatar lo que gano antes de lo que pierdo. Y entre las cosas que gané, fue recuperar el tiempo de la lectura. Y descubrir libros nuevos. De todos los libros que leí hubo uno que me impactó por la originalidad de su pensamiento, la rigurosidad de su investigación y las consecuencias que abre en el campo de la antropología y la  etnogastronomía. Especialmente a la luz de los descubrimientos recientes en Ciencias de la Nutrición acerca de las ventajas de la dieta paleolítica, la de los cazadores-recolectores, sobre las dietas posteriores.

 

Se trata del libro de Yuval Noah Harari “Sapiens De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad”. Profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, el autor, nos presenta un ensayo divulgativo para determinar los principales hitos de la historia del Homo sapiens, desde su aparición hace 200.000 años hasta el momento actual. Naturalmente, un relato de este tipo lleva consigo señalar sólo los acontecimientos más relevantes, debe echar mano de unos recursos expositivos que combinen las abundantes lecturas con un lenguaje directo y desenfadado, lo que constituye sin duda uno de los principales atractivos de la obra.

En esta nota me referiré al segundo capítulo dedicado a la Revolución Agrícola y a sus consecuencias en nuestras vidas y en las vidas de las especies vegetales y animales del planeta.

 

LA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA

 

 

 

Hace unos 10.000 años “los sapiens empezaron a dedicar casi todo su tiempo y esfuerzo a manipular la vida de unas pocas especies de animales y plantas”: sembrar, regar, cuidar, vigilar.

El proceso fue muy lento y surgió en distintos lugares de forma independiente. Comenzó entre lo que ahora es Turquía e Irán (trigo y cabras en el 9000 a.C.), para continuar en China (arroz, mijo y cerdos; 7000 a.C.), Nueva Guinea (caña de azúcar y plátanos; 6000 a.C.), América central (maíz y habichuelas; 4500 a.C.), Sudamérica (papas y llamas; 3500 a.C.), África (mijo y arroz africanos, sorgo y trigo; 3000 a.C.) y Norteamérica (calabazas; 2000 a.C.). Hoy, el 90% de las calorías que alimentan la humanidad proceden de un puñado de plantas que nuestros antepasados domesticaron hace más de 5000 años.

“La mayoría de las especies de plantas y animales no se pueden domesticar (…). Estas pocas especies vivían en lugares concretos, y en esos lugares fue donde tuvieron lugar las revoluciones agrícolas”.

 

 

Por otra parte, “en la mayoría de las sociedades agrícolas, la gente se centraba en el cultivo de plantas; criar animales era una actividad secundaria”, aunque también aparecieron “tribus de pastores”.

 

EL MAYOR FRAUDE DE LA HISTORIA

 

 

“La revolución agrícola dejó a los agricultores con una vida generalmente más difícil y menos satisfactoria que la de los cazadores-recolectores”. Se amplió el alimento disponible, pero no se mejoró la dieta ni la calidad de vida, sino que se produjeron “explosiones demográficas y élites consentidas”. “El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio obtenía una dieta peor”: “La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia”.

 

“Los culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se encuentran el trigo, el arroz y la papa. Fueron estas plantas las que domesticaron al Homo sapiens, y no al revés”. Por ejemplo, el trigo se ha convertido en una de las plantas de más éxito en la historia: cubre 2.25 millones de kilómetros cuadrados, 10 veces el tamaño de Gran Bretaña. Durante generaciones, hombres y mujeres han trabajado duro para cuidar del trigo (eliminar malas hierbas, vigilar plagas, abonar).

 

Esqueletos antiguos ya muestran que el paso a la agricultura implicó una serie de dolencias, como discos intervertebrales luxados, artritis, hernias… y no había total seguridad alimentaria.

“Los cazadores-recolectores se basaban en decenas de especies para sobrevivir, y por lo tanto podían resistir los años difíciles incluso sin almacenes de comida”. Si algo fallaba (lluvias, plagas) los campesinos morían por miles o millones, e incluso aumentó la violencia: “en las sociedades agrícolas simples, sin marcos políticos, (…) la violencia humana era responsable de un 15% de las muertes”.

 

El autor aclara que las sociedades prósperas de hoy gozan de abundancia y seguridad, y “se han construido sobre los cimientos que estableció la revolución agrícola” pero “es erróneo juzgar miles de años de historia desde la perspectiva actual”.

La agricultura ofrecía ventajas pero los inconvenientes eran mayores para los individuos. En cambio, para la especie el éxito fue rotundo: el Homo sapiens comenzó a multiplicarse exponencialmente.

 

 

De la misma manera que el éxito económico de una compañía se mide solo por el dinero que gana y no por la felicidad de sus empleados, el éxito evolutivo de una especie se mide por el número de copias de su ADN y no por la calidad de vida de los individuos. “Esta es la esencia de la revolución agrícola: la capacidad de mantener más gente viva en peores condiciones”.

 

 

La agricultura rompe los mecanismos de la evolución natural para controlar la procreación humana. Por ejemplo, en tiempos malos se demora la pubertad de forma natural y se reduce la fertilidad. Amamantar hasta una edad avanzada también reduce la fertilidad. La revolución agrícola permitió a las mujeres tener un hijo cada año, que se alimentaban más de cereales y menos de leche materna. En aquella época no sabían que eso debilitaría su sistema inmunitario. “La mortalidad infantil se disparó: En la mayoría de las sociedades agrícolas, al menos 1 de cada 3 niños moría antes de alcanzar los 20 años”. Los agricultores vivían cada vez peor, pero “nadie se daba cuenta de lo que ocurría. Cada generación continuó viviendo como la generación anterior, haciendo solo pequeñas mejoras” que pretendían hacer la vida más fácil, pero la suma de todas esas mejoras empeoraban la calidad de vida individual.

LA DIETA PALEO

 

NO EN LA DIETA PALEO

 

El plan se basaba en la creencia de que trabajar duro te permitirá tener una vida mejor. Pero la gente no previó que el número de hijos aumentaría, lo que significaba que el trigo tendría que repartirse más. Y tampoco calcularon que tendrían que hacer frente a ladrones, lo que les obligaría a construir muros, vigilar y guerrear. Tras varias generaciones “nadie recordaba que habían vivido de forma diferente” y el tamaño de la población impediría de hecho volver atrás: “el crecimiento demográfico quemó las naves de la humanidad”. El autor concluye que “la búsqueda de una vida más fácil trajo muchas privaciones”, lo cual también ocurre en la actualidad a muchos de nosotros, porque “una de las pocas leyes rigurosas de la historia es que los lujos tienden a convertirse en necesidades y a generar nuevas obligaciones“. Ahora vivimos para trabajar para cierta empresa, para el banco de nuestra hipoteca y todo para una supuesta calidad de vida que muchos ni siquiera disfrutan.

El autor lo resume así: “Nadie planeó la revolución agrícola. (…) Una serie de decisiones triviales [para mejorar un poco la alimentación] tuvieron el efecto acumulativo de obligar a los antiguos cazadores-recolectores a pasar sus días acarreando barreños de agua bajo un sol de justicia”.

 

OTRAS VÍCTIMAS DE LA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA: LOS DEMÁS ANIMALES

 

Hace 10.000 años solo había unos pocos millones de ovejas, vacas, cabras, cerdos y gallinas. En la actualidad hay más de 1.000 millones de cada una de esas especies, salvo de gallinas, de las que hay 25.000 millones. “La gallina doméstica es el ave más ampliamente extendida” de la historia (hay más que seres humanos).

 

En cambio, este éxito evolutivo de esos animales los hace estar también “entre los animales más desdichados que jamás hayan existido”: son masivamente maltratados y sacrificados solo mirando la perspectiva económica. La muerte les llega muy pronto. A veces se les permite vivir unos pocos años más (a gallinas ponedoras, vacas lecheras y animales de tiro), pero el precio es la subyugación a un modo de vida ajeno a sus instintos y sus deseos.

 

Para conseguir sus objetivos, los sapiens  quiebran los instintos naturales y los lazos sociales de los animales, se les quita la libertad y se les controla hasta su sexualidad. Depende de la “cultura” se les puede llegar a cortar la nariz o sacar los ojos, usar el látigo con ellos o mutilarlos de muchas formas. “Una vaca lechera vive unos 5 años antes de enviarla al matadero. Durante estos 5 años está preñada casi constantemente, y es fecundada a los 60-120 días después de parir, con el fin de preservar la máxima producción de leche. Sus terneros son separados de ella poco después de nacer”, y se les niega la leche que es legítimamente y por derecho natural suya.

 

 

Las hembras se crían para ser vacas lecheras y los machos se convierten en carne rápidamente (salvo tristes excepciones). Los terneros no pueden normalmente jugar ni andar para que no se fortalezcan sus músculos y su carne sea blanda. Muchos terneros ven a otros colegas por primera vez en su camino al matadero. A los que tienen la suerte de estar con sus madres, se les pone un anillo de espinas en la nariz para que pinche a su madre al mamar y ésta lo repudie.

“Esta discrepancia entre éxito evolutivo y sufrimiento individual es quizá la lección más importante que podemos extraer de la revolución agrícola”.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

 

“La revolución agrícola es uno de los acontecimientos más polémicos de la historia”. Están los que opinan que puso a la humanidad en el camino de la prosperidad y los que piensan que fue su perdición (y la de miles de otras especies), porque “los sapiens se desprendieron de su simbiosis íntima con la naturaleza y salieron corriendo hacia la codicia y la alienación”.

 

“El consumismo nos dice que para ser felices hemos de consumir tantos productos y servicios como sea posible […]. Cada anuncio de televisión es otra pequeña leyenda acerca de cómo consumir determinado producto o servicio hará nuestra vida mejor”. “Como la élite del antiguo Egipto, la mayoría de la gente en la mayoría de las culturas dedica su vida a construir pirámides, solo que los nombres, formas y tamaños de estas pirámides, cambian de una cultura a otra” (pueden ser chalets, coches, viajes, ropa) pero “pocos cuestionan los mitos que nos hacen desear la pirámide“.

 

 

Emilio R. Moya

 

Fuente: De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad. Yuval Noah Harari. Traducción de Joandomènec Ros Debate. Madrid, 2014. 494 páginas.
Oscar Tarrío

Director Periodístico Chefs 4 Estaciones en Chefs 4 Estaciones / Ex Editorial Diario La Capital

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