EL MITO DEL ETERNO RETORNO

 

EL MITO DEL ETERNO RETORNO

 

 

Buenos días, estimados lectores. Hoy no es día de Editorial pero las circunstancias, me obligan a reflexionar con ustedes.

 

Mircea Eliade fue un filósofo, historiador de las religiones y novelista rumano, así como profesor de la Universidad de Chicago

 

Le mythe de l’éternel retour. Archétypes et répétition, obra cumbre de Mircea Eliade, publicada en 1949, ha sido y es una referencia obligada para cualquiera que estudie antropología o filosofía.

Basado en el estudio de las civilizaciones pre-históricas, en las nociones del mito, los  rituales, lo sagrado y lo profano, el autor rumano ensaya una explicación del comportamiento del hombre moderno.

Para los pueblos primitivos, solo aquello que es sagrado, es real. Por lo tanto todo aquello que no forma parte de un mito y no está ritualizado, no existe.

 

 

Ningún acto de la vida humana adquiere sentido hasta que repite un arquetipo. De esta forma se vuelve sagrado, lo que lo transforma en real.

Si por alguna razón la época en que vive, esta desprovista de estos elementos, carece de sentido y aparece el problema de la Historia.

El hombre primitivo no tolera la Historia. No puede soportarla. Sus acontecimientos están fuera de la esfera de lo sagrado. Son hechos que ni siquiera deberían ser reales y que además, le provocan y le evocan sufrimientos.

Eliade proporciona muchos ejemplos de estos sufrimientos: esclavitud, injusticias sociales, sequías, hambrunas, enfermedades, incendios.

 

 

En el último capítulo de su libro, llamado El terror a la Historia, el autor postula que cada vez más franjas de la población, prefieren abandonar la noción lineal de la historia, para refugiarse en las creencias arcaicas del eterno retorno, y así alejarse lo más posible de la Historia real. Y de cualquier sufrimiento.

Pero sea como farsa o como tragedia, la historia implacablemente se impone sobre el pensamiento mágico.

 

UN RARO DEJÀ VU

 

 

Los que tenemos más de seis décadas sobre este sagrado suelo argentino y amamos la gastronomía llevamos sobre nuestros lomos, ocho, (8), sí ocho, de estas crisis.

Algunas más graves, otras un poco menos graves, pero todas similares. Nada tiene un precio. No es posible hacer un menú. No sabemos si va a haber reposición de mercadería.

 

 

Y a pesar de no estar hoy al frente de un restaurante, voy a hablar por muchos de mis colegas que todavía lo están. Y por los jóvenes que siguen apostando por el país.

Los precios relativos son delirantes. Un aceite de girasol puede costar el doble que un aceite de oliva virgen extra. Y para comprarlo hay que llevar otro producto.

Los distribuidores no entregan listas de precios. O envían la mercadería con remitos sin colocar los precios. O directamente suspenden las entregas.

No sabemos si tener un stock es un buen negocio. Un mal negocio. O nos puede llevar a la quiebra. Y depende de qué sea el stock.

Por suerte no la mayoría, pero si algunas bodegas que nos proveen vinos, le venden al mismo tiempo a cadenas de supermercados, que venden los vinos por debajo de nuestros costos.

 

 

Ni hablar de lo que ocurre con los productos de bazar, indispensables para reponer faltantes o roturas. Para muestra un botón: la docena de cubiertos sufrió en 7 días un aumento del 20 % y después de eso en un día un adicional de un 10 % más.

Si lo comparamos con el Rodrigazo o con la Hiperinflación  del 89’ o del 91’, puede parecernos una bicoca. Si comparamos la situación de la calle hoy, con la del 2001, todavía podemos tener los negocios abiertos, sin que los saqueen.

Pero el temor atávico empieza a correr por nuestra memoria, porque aquellas crisis empezaron sin previo aviso. Pero con los años hemos aprendido a reconocer los indicios. Igual que los pueblos primitivos.

 

EL QUE SE QUEMA CON LECHE

 

 

Cuando durante 62 años ocho veces nos tocó vivir lo mismo, como si se tratase de una tragedia griega, alguna cosa estaremos haciendo mal.

Y yo me niego a hacerme responsable o a hacer responsable al destino, a las fuerzas del Kaos, a Dioses Vengadores, a Fuerzas Oscuras de la Naturaleza o al mismísimo Satanás.

Y mucho menos a repetir la infame frase los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. ¿Acaso alguien puede creer que nosotros nos merecimos a Videla? ¿Que los chilenos se merecieron a Pinochet? ¿Qué los españoles se merecieron a Franco?

El pueblo argentino lo único que hace, hizo y hará es sufrir las consecuencias. Y mientras muchas Pymes no van a sobrevivir. Habrá quienes ganarán mucho dinero.

Mientras tanto, muchos trabajadores de nuestro sector van a perder sus empleos. Muchos restaurantes cerrarán sus puertas. Como ya pasó tantas veces.

Porque los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. En el ciclo del Eterno Retorno.

 

Emilio R. Moya

 

Oscar Tarrío

Director Periodístico Chefs 4 Estaciones en Chefs 4 Estaciones / Ex Editorial Diario La Capital

NODO norte

Un suplemento del Diario La Capital

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