HERNÁNDEZ Y MARTÍN FIERRO
Cada 10 de noviembre se celebra en la Argentina no solo el nacimiento del escritor José Hernández —autor del notable poema El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro—, sino también, en su homenaje, el “Día de la Tradición”.
Se sabe que la palabra “tradición” deriva del latín “traditio” y del verbo “tradere”, con el significado de “transmitir o entregar”. Así, llegó al español como aquello que pasa de una generación a otra; ese legado que continúa hasta el presente, siempre en permanente construcción y forjando determinada identidad cultural. Por eso en gastronomía hablamos de “Patrimonio Cultural” y de “Identidad Cultural Alimentaria” como producto de pertenecer a determinada tradición gastronómica.
En relación con la figura del gaucho, a partir de la cual fue pensado el Día de la Tradición, la obra de Leopoldo Lugones, El payador, fue una gran reivindicación de la literatura gauchesca que muchos abogaron como clave de un tipo de argentinidad. Por supuesto, esto nunca estuvo libre de tensiones.
Otros grandes escritores lo han dejado más que claro, como Jorge Luis Borges, que si bien admiraba a Lugones y ese tipo de literatura, también escribió el ensayo “El escritor argentino y la tradición”. Allí aventuraba una propuesta distinta mucho más cosmopolita acerca de las tradiciones, en términos de configuración identitaria y alejada de una única génesis o canon compartido. Ya que una “tradición” como la nuestra se ha constituido de sucesivas capas acumuladas de diversas “tradiciones”. Pero el 10 de noviembre celebramos a José Hernández, a Martín Fierro y al gaucho, y de esto habla esta nota.
JOSÉ HERNÁNDEZ
Hernández había nacido el 10 de noviembre de 1834, en los caseríos de Perdriel, en la chacra de su tío Juan Martín de Pueyrredón. Estudió en el Liceo de San Telmo y, en 1846, viajó con su familia al sur de la provincia de Buenos Aires, donde se familiarizó con la vida rural y las costumbres de aquel personaje tan autóctono de la región: el gaucho.
Por otra parte, las luchas políticas también caracterizaron su vida. En 1858, con 24 años y junto con varios opositores contra el gobierno de Alsina emigró a Paraná; participó en la Batalla de Cepeda y también en la de Pavón, del bando de Urquiza. Fue también un momento en el que comenzó su labor periodística. Y lo hizo en el periódico Nacional Argentino, con una serie de artículos en los que condenaba el asesinato de Vicente Peñaloza. Luego, se publicaron en forma de libro, en 1863, con el título de Vida del gaucho. También trabajó en los diarios El Litoral; El Argentino; El Eco de Corrientes, entre otros. Allí publicó artículos sobre las tensiones de su propio tiempo y referidos a la cuestión del gaucho, de la tierra, la política de fronteras y el indio.
El compromiso político de José Hernández lo llevo a ser diputado provincial y, en 1880, ya como presidente de la Cámara de Diputados, fue un gran defensor del proyecto de federalización, por el cual Buenos Aires pasó a ser la capital del país. En 1881 fue elegido senador provincial y logró mantenerse en el cargo hasta 1885, un año antes de su muerte, el 21 de octubre de 1886, a los 51 años.
EL MARTÍN FIERRO
La cuestión del gaucho siempre estuvo presente a lo largo de su vida y, paralelamente a sus inquietudes periodísticas y políticos, José Hernández escribió una de las obras literarias más importantes de la región. En esta obra que consta de dos partes, Hernández introdujo como protagonista al gaucho payador Martín, quien fue obligado a incorporarse al ejército por parte de quienes menospreciaban su existencia, al igual que la del indio. De este modo, víctima de la opresión y la injusticia, Martín huye para convertirse en un gaucho matrero, fuera de la Ley.
Si bien ya había otros escritores que dieron comienzo al género de la literatura gauchesca, como Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi o Estanislao del Campo, fue la obra de Hernández la que logró posicionarse en la cumbre de la literatura argentina, en la segunda mitad del siglo XIX. En sus páginas, el autor expresó la vida del gaucho en el país, su estilo de vida, costumbres y su más profunda cosmovisión, inmortalizándola con notables versos que se perpetuaron a lo largo y ancho de la región hispanoamericana.
Hay hombres que de su cencia
tienen la cabeza llena;
hay sabios de todas menas,
mas digo, sin ser muy ducho,
es mejor que aprender mucho
el aprender cosas buenas.
Bien lo pasa hasta entre Pampas
El que respeta a la gente
El hombre ha de ser prudente
Para librarse de enojos
Cauteloso entre los flojos
Moderado entre valientes
LA ALIMENTACIÓN DEL GAUCHO
La dieta de nuestros hombres de campo siempre siempre fue a base de carne. Su vida errante y en permanente búsqueda de la caza de animales tanto yeguarizos como vacunos, hacía poco menos que imposible pensar en u na huerta o quinta que le proveyera verduras y hortalizas.
Fácil era, para cualquier gaucho, teniendo hambre hacerse de una res para saciar su apetito, muestra cabal de esto es esta décima anónima fechada en 1778:
“Las bolas”, cuchillo y lazo
en este país infiero
que mucho más que el dinero,
para comer, son el caso,
pues cualquiera que de paso
se le antoxa alguna res,
la bolea por los pies
el lazo le arroxa al cuello,
entra el cuchillo a degüello
y se la come después.”
Al no existir el frío para la conservación de la carne, esta se cortaba en trozos, se secaba y se salaba, como un método de conservación. El salado se hacía de dos formas, el tasajo, que era en trozos y el charqui o sesina que eran tiras del grueso de un dedo que se colgaban para secar al sol y luego se ponían en barricas o toneles, alternando capas de sal con las de carne.
El francés Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas, había recalado en el Virreinato del Río de la Plata, en compañía de un hermano con la idea de poner una fábrica de sopa en pastillas. En unas ollas enormes se ponían las reses previamente cuereadas y cortadas en grandes trozos y se las hacía hervir hasta que quedara solamente una especie de pasta a la que se daba forma redondeada (de patillas) y se las vendían a las tropas de carretas y a los barcos “negreros” bajo el pomposo título de “Pastillas de Sustancia”.
La carne fresca fue siempre un lujo en la campaña en la segunda mitad del siglo XIX, en el momento en que el precio de la carne comenzó a subir por la demanda que de ella hacían los saladeros, se consumían los pequeños animales salvajes como peludos, mulitas, perdices y otros.
“En semejante ejercicio
se hace diestro el cazador:
cai el piche engordador,
cai el pájaro que trina;
todo bicho que camina
va parar al asador.”
Diría José Hernández, en “La Vuelta del Martín Fierro”.
EL MATE
El mate, costumbre elemental de nuestra tierra, tan ligada a hombres y mujeres de campo como a hombres y mujeres de la ciudad, no fue ajeno a las inspiradas alusiones poéticas de la gauchesca del Río de la Plata. Ascasubi, Del Campo, Hernández y Güiraldes, supieron ponderar sus virtudes. Su valoración en el Martín Fierro es un homenaje a la yerba mate.
Cuando en libertad, al encarar la venturosa jornada de trabajo, se lo saboreaba placenteramente al amparo del amor…
Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón se prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.
Cuando en cautiverio, oprimido el corazón por el desarraigo, era mercancía de cambio en “el boliche de virtú”, pulpería de fortín…
Y cáibamos al cantón
con los fletes aplastaos;
pero a veces medio aviaos
con plumas y algunos cueros,
que áhi nomás con el pulpero
los teníamos negociaos.
Era un amigo del Jefe
que con un boliche estaba.
Yerba y tabaco nos daba
por la pluma de avestruz
y hasta le hacía ver la luz
al que un cuero le llevaba.
“Dicen”, de manera impersonal, no verificada, que el mate fue la razón de un cruento suceso. Apeló Hernández a él para describir el carácter irascible de Vizcacha con una exagerada reacción impropia ante la levedad de la ofensa. Habla el segundo hijo de Fierro:
Cuando mozo fue casao,
aunque yo lo desconfío;
y decía un amigo mío
que de arrebato y de malo,
mató a su mujer de un palo
porque le dio un mate frío.
De naturaleza matófila sabía Vizcacha hacer oídos sordos a las manos que piden un cimarrón fogonero:
Y qué costumbre tenía
cuando en el jogón estaba!
Con el mate se agarraba
estando los piones juntos.
Yo tallo, decía y apunto,
y a ninguno convidaba.
Cuando el mate es elixir de magias y amoríos forzados, pócima de Cupido que embosca al incauto en el dulzor de la cebada… Dice Picardía, hijo de Cruz:
Me puse al contar mis penas,
más colorao que un tomate,
y se me añudó el gaznate
cuando dijo el ermitaño:
“Hermano, le han hecho daño,
y se lo han hecho en un mate”.
La temperatura del agua puede ser inmejorable motivo… para los dichos pendencieros, y al elevarla, dicen los ñatos su tormentosa amenaza …
Una tarde que me hallaba
de visita… vino el Ñato;
y para darle un mal rato
dije juerte: “Ña… To-ribia,
“No cebe con agua tibia.”
Y me la entendió el mulato.
ILUSTRACIÓN: CARLOS ROUME
Era él todo en el juzgao,
y como que se achocó,
ahí nomás me contestó:
“cuanto el caso se presiente
te he de hacer tomar caliente
y has de saber quién soy yo.
Emilio R. Moya
Realmente muy bueno el artículo,,🤩🤩🤩