Una leyenda que se agiganta día a día, tras tres generaciones de éxito
En la esquina de Balcarce y Brown, en un viejo edificio del 1900, funciona desde 1961, el Comedor Balcarce. Aunque su nombre figura en el cartel de entrada, en la carta, en su vajilla, la gente lo conoce como el Vómito y acerca de ese apodo se debaten innumerables teorías que han dado origen a un verdadero mito urbano. Su historia se remonta a principios de la década de los sesenta cuando la familia Santarelli decide dejar su Chabás natal para radicarse en Rosario. Apenas inició su actividad el local era un almacén y despacho de bebidas y el negocio andaba sobre rieles en la esquina de Balcarce y Brown, en un viejo edificio del 1900, funciona desde 1961, el Comedor Balcarce. Aunque su nombre figura en el cartel de entrada, en la carta, en su vajilla, la gente lo conoce como el Vómito y acerca de ese apodo se debaten innumerables teorías que han dado origen a un verdadero mito urbano.
Su historia se remonta a principios de la década de los sesenta cuando la familia Santarelli decide dejar su Chabás natal para radicarse en Rosario. Apenas inició su actividad el local era un almacén y despacho de bebidas y el negocio andaba sobre rieles en una zona ferro portuaria. Con el tiempo la demanda comenzó a crear la oferta cuando los clientes comenzaron a pedirles al patriarca del clan, Don Segundo Santarelli que les preparase algo caliente para el almuerzo. Ya para 1966 el negocio se trasformó en exclusivamente gastronómico y terminó tres años después entrelazándose definitivamente con la historia de la ciudad.
En 1969 se produce el Rosariazo y el gobierno de la dictadura decide cerrar el comedor universitario, con lo que los estudiantes de la Universidad deben buscar un nuevo lugar para alimentarse y para reunirse no nos olvidemos que se había decretado el estado de sitio y encuentran ese refugio en el Comedor. A partir de ese momento no sólo ellos, sino ya graduados muchos años después, sus hijos y hoy sus nietos, nunca olvidarán ese gesto y se sumarán a la variopinta clientela del Balcarce. También el Comedor gestó su recambio generacional, primero Don Segundo, después Eduardo y ahora Fernando, mantuvieron vivo un espíritu que se trasladó de un siglo a otro. Haciendo que comer en el Balcarce sea no solo una experiencia gastronómica sino un viaje cultural a las entrañas de nuestro ser rosarino.